Conocemos grandes
prodigios deportivos, pero ayer asistí a un momento que me impactó y que merece
ser explicado. Sucedió en el Mundial de Halterofilia que se está disputando en
Disneyland París y pareció un sueño, aunque terminó en pesadilla. La rusa
Svetlana Tsarukaeva tenía prácticamente colgada al cuello la medalla de oro del
Total en categoría 63 kilos. La distancia respecto de la que parecía
subcampeona, la kazaja Maiya Maneza, gran dominadora de la especialidad hasta este año, era enorme, insalvable. La modalidad de
Arrancada había provocado dicha diferencia.
En Arrancada, la rusa tiró
117 kilos, un registro tan extraordinario que supuso nuevo récord mundial de la
especialidad. No un récord cualquiera, además, pues la anterior plusmarca
databa de 2005, cuando la tailandesa Pawina Thongsuk logró 116 kilos en una
especialidad con poco movimiento, ya que el récord anterior (logrado en Atenas’04)
era de 115 kilos, de la bielorrusa Batsiushka. Con la nueva plusmarca
en el bolsillo, Tsarukaeva (62,17 kilos de peso corporal) se las prometía muy
felices pues había dejado bastante atrás a la china Xiaofang Ouyang (113) y aún más a
kazaja Maneza (109), su mayor adversaria, decepcionante en este apartado. Ocho kilos en un solo movimiento
es una ventaja enorme en halterofilia.
Así que acudieron al
movimiento final, el Dos Tiempos. La china Ouyang no pudo levantar más de 133
kilos, la rusa Tsarukaeva se aseguró unos magníficos 138 kilos y la kazaja
consiguió 139 en su segundo intento. En la suma de ambos movimientos, la rusa
tenía 7 kilos de ventaja, lo que parecía inalcanzable para el tercer intento de Maneza. Entre otras razones
porque el récord mundial de la especialidad, en poder de la kazaja, está en
143 kilos desde el Mundial del año pasado (Antalya). ¿Qué hizo Maneza en su
tercer intento? Pedir lo imposible: 147 kilos, cuatro más que su plusmarca
universal. ¿Por qué 147? Porque necesitaba recuperar no siete, sino ocho kilos
ya que tenía un peso corporal (62,31 kgs) superior al de su rival. De haber
colocado 146, habrían empatado en el total, pero la rusa sería medalla de oro.
Por tanto, Maneza pidió 8
kilos más que los 139 que había levantado en el segundo intento y, al mismo
tiempo, cuatro kilos más que su récord universal. Maticemos un detalle: desde
2003, en que el récord mundial estaba en 138 kilos (Natalia Skakun), todas las mejoras
posteriores lo han sido de kilo en kilo (Shimkova 139, Thongsuk 140, Shimkova
141, Thongsuk 142, Maneza 143). Estábamos, por tanto, ante un desafío histórico:
cuatro kilos más que el récord vigente. Una apuesta sin riesgo (Maneza ya era
subcampeona total y oro en Dos Tiempos), pero con el premio de una proeza
sublime.
Concentración, consejos
de los entrenadores, motivación máxima, silencio sepulcral… y un primer
movimiento errado y falto de precisión. Nulo, final de la lucha. Maiya Maneza
se retira cabizbaja del escenario, recibe los ánimos de su equipo y acude a
felicitar a la campeona Tsarukaeva. De pronto, y ya ha transcurrido más de un
minuto desde el fatal desenlace, algo ocurre. Llegan oficiales, hablan con los
entrenadores, se organiza un gran jaleo y la kazaja se despoja del chándal,
como preparándose para repetir el intento.
La televisión nos aclara
lo ocurrido: los ayudantes de los jueces han colocado mal las halteras y, en
lugar de 147 kilos sólo han cargado 146 y de modo asimétrico. A la derecha de
la barra de 20 kilos han cargado 63,5 kilos, pero a la izquierda sólo 62,5.
Falta un kilo, en el extremo izquierdo de la barra. Es decir, el intento no puede darse por efectuado y hay que
repetirlo. Esta vez, por descontado, con el peso exacto de 147 kilos.
Oportunidad inesperada, requiebro del deporte.
Aunque, pensándolo bien, si
Maneza no ha podido con 146, ¿cómo conseguirá levantar 147? Imagino que eso es
lo que esta chica de 26 años le pregunta a su entrenador, que le da golpecitos en
los hombros, animándola, casi a gritos, reclamando un esfuerzo inédito,
llamando a energías invisibles para dicho movimiento sobrehumano. Vuelve al
escenario, silencio de nuevo, primer movimiento perfecto, barra en reposo
clavicular, tensión máxima y los dos brazos arriba para levantar sobre la
cabeza esa estratosférica masa de hierro. Torsión del cuerpo, pequeños pasitos,
barra arriba, venas hinchadas, sí, no, Maneza resiste uno, dos tres segundos en
la posición y estalla de júbilo.
Y con ella, su equipo, que la levanta y
estruja en una felicitación tan hercúlea como la obra que acaba de realizar,
pulverizando cuanto había que romper. Pero en pleno éxtasis llega
el bombazo. Los círculos de los tres jueces permanecen en rojo. Rojo mortal.
Intento nulo. Proeza suspendida. Mazazo para la kazaja, lágrimas y desespero. Y
la televisión, nuevamente, nos muestra la auténtica realidad: su brazo derecho
no estaba perfectamente estirado en el segundo movimiento, con las halteras
sobre su cabeza. Ese codo se flexiona una, dos y hasta tres veces, incapaz de
soportar el peso, movimiento no permitido.
Así que en cinco minutos
vivimos todos los escenarios posibles del deporte. La victoria segura de la
rusa Tsarukaeva, el reto imposible de Maneza, su intento fallido y la decepción
consiguiente, el error logístico, la esperanza por una nueva oportunidad, el
intento prodigioso, la euforia exuberante, la proeza indescriptible, la
sentencia cruda, la decepción inmensa. El deporte.
Fotos: Benoit Tessier (Reuters) / Hannah Johnston (Getty) / Eurosport
Que bo que ets Martí (si se'm permet)! Contat així fas fascinant un esport tan minoritari i desconegut per a la majoria dels mortals com la halterofilia.
ResponderEliminarGràcies per fer-nos partíceps.